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cada vez que trato de acordarme de mis ratos de infancia pasados en el coche, me acuerdo de un shadow rojo que tuvo mi mamá por allá de los principios de los noventa. en ese entonces, no era ilegal que una anduviera sin cinturón y brincando de asiento a asiento. yo vivía en mi feliz casa en arboledas y pisaba el df muy de vez en cuando.
solo puedo asociar mis idas a la ahora llamada “ciudad de la esperanza” con tres escenarios: comida en casa de mi tía paty en polanco, castings para comerciales (sí, fui child star alguna vez) e ir a pagar al palacio de durango (sobre el palacio de hierro de durango y la escalera del estacionamiento escribiré después). odiaba el tráfico tanto como ahora. escuchábamos radio red todo el camino y yo generalmente y como ahora, me moría de hambre todo el tiempo.
pero cuando veía a lo lejos as lucecitas del toreo de 4 caminos podía pensar con alivio “ya llegamos” y me daba una sensacioncita de tranquilidad y anticipación de llegar a mi casa, a jugar con mi gato, a cenar en el antecomedor de sillas de metal y bejuco. a encontrar a mis hermanas hablando por teléfono o haciendo tarea.
por eso extraño ver el toreo a la mitad del periférico. no servía de nada, pero era como un faro que me anunciaba en la infancia que ya casi estaba en casa. que ya estaba cerca. que ya se acababa el martirio del tráfico.
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